lunes, 7 de enero de 2008

Aprender a vivir sin pareja

Alba es soltera. Tiene 36 años. Dispone de la capacidad y los medios económicos suficientes como para organizarse de manera independiente. Cuenta con algunos viejos amigos y su trabajo le brinda la oportunidad de conocer a bastante gente. Es atractiva, le gusta el deporte y disfruta de una familia unida. Pero desde el instituto ha encadenado un novio con el siguiente hasta llegar al último, con quien estuvo conviviendo durante cuatro años y, aunque decidieron separarse de mutuo acuerdo, se encuentra deprimida, desquiciada y sueña con volver a emparejarse. “Siempre he necesitado sentir esa complicidad, pero nunca pensé que pudiese depender tanto del amor”.

A menudo nos angustiamos ante la posibilidad de perder nuestra relación de pareja. Y no se trata tanto del temor al dolor por la ausencia de la persona amada –cosa de la que nos repondremos- sino del miedo a ser si no es con otro. En el caso de Alba, las relaciones sentimentales han existido siempre. Por el sentido vital y la identidad que le proporcionaban los sucesivos enamoramientos está pagando ahora un precio demasiado alto. En ella se conjugan los dos tipos de problemas que acarrea el encadenamiento de parejas: “No sé cómo hacer ciertas cosas” y “No sé para qué hacerlas”. Su ex-novio, con el que mantiene un contacto amistoso, también encadenó una relación con otra y –después de un año de separación- le ha propuesto volver a vivir juntos por razones como ésta: “Es que solo me siento perdido”. Ninguno de ellos supuso nunca que la soltería fuese tan dura, pero es que, de hecho, ni siquiera se habían imaginado a sí mismos sin una pareja. “Ahora somos dos medias sin naranja”, bromea ella. Pasaban todo el tiempo juntos y en contacto. Evitaban alejarse. Y cuando tenían que hacerlo, se inquietaban. Ahora que ninguno de los dos le encuentra un sustituto al otro, les aparecen a raudales problemas emocionales desconocidos que, en realidad, pudieron prever. Nosotros también podemos curarnos en salud.

DISFRUTA DE TI
Si a causa de ausencias inevitables como las que ellos lamentaban -ensayos breves de la separación posterior- ya nos hemos sentido angustiados, deprimidos o rabiosos en lugar de poder mirar con optimismo hacia los otros aspectos de nuestras propias vidas, existe una mayor probabilidad de sobrellevar mal una eventual ruptura. La necesidad de estar en permanente contacto emocional con la pareja predice separaciones desgarradoras. Si notamos que unos simples días de alejamiento nos hacen sentir vacíos, desganados o extraviados en nuestras rutinas, podremos empezar a preguntarnos si no estaremos olvidando el viejo consejo de “no poner todos los huevos en el mismo cesto”, el de las relaciones amorosas.

Aprender a disfrutar de lo que somos cuando no somos “el consorte de”, resulta más fácil si descubrimos la clase de necesidades personales que tratamos de cubrir al emparejarnos. Cada uno tiene las suyas. Debemos ser honestos con nosotros mismos en este sentido. Nadie te oye pensar. Piensa en ello con la mayor tranquilidad y sinceridad posibles.

TEMORES PRÁCTICOS, SENTIMENTALES Y PSÍQUICOS
Es necesario dejar de lado las situaciones en las que la búsqueda o el mantenimiento de una relación tiene que ver con dependencias económicas acusadas. Haciéndolo así, aprender a vivir sin pareja nos llevará a considerar dos vertientes.

Por un lado, el final de una relación supone un cambio práctico. Aunque pueda sorprender, algunas personas no se desenvuelven bien por ellas mismas en la resolución de algunos asuntos concretos (ir, venir, prepararse la cena, hacer su declaración de la renta…) pero, en cuanto lo consigan, dejarán de considerar al otro como a su salvador doméstico. Si es tu caso, encara estas labores: “Para esto no necesito yo a nadie. Sé hacerlo. Y si ahora no sé, ya aprenderé”. Tu autoestima crecerá al mismo tiempo que tus habilidades.

Desde la otra vertiente, la cuestión se complica. Ya no se trata de las cosas que de hecho se hacían con el otro, sino de lo que el otro representaba para nosotros. La versión más saludable de este segundo tipo de cambio vital nos hará lamentar la pérdida del compañero, el fin de nuestra historia y el que no hayamos sido capaces de superar juntos la última crisis. Las parejas en esta situación sentirán la pérdida y podrán experimentar sensaciones de fracaso, pero con algunos reajustes en sus agendas y proyectos no tardarán en paliar el malestar y en continuar con sus vidas. Será un cambio sentimental, pero el tiempo ayudará. Existirá la probabilidad de conservar, al menos, la relación amistosa. Esto resulta especialmente importante cuando existen hijos en común.

La versión más peliaguda de la pérdida es la que tiene que ver con el otro como idea preconcebida, como significado. Cuando llega la temida soltería, nos enfrentamos al cambio psíquico que esto puede suponer. Es estos casos, el compañero ocupa un lugar reservado y concreto en la mente de su pareja. Por decirlo con otras palabras, Alba tenía un lugar vacante en su mente, un espacio asignado para su pareja –quien fuera en cada momento de su vida-. El hecho de tener un novio atenuaba sus conflictos del momento y cubría sus necesidades más profundas. Y cuando no lo hacía, cambiaba de pareja en lugar de resolver seriamente esta dependencia. Así es que, en algunos casos, el compañero brinda un equilibrio inestable, precario, prestado… (“nosotros somos iguales”, “dos medias naranjas”, “ella me equilibra”, “él tiene lo que a mí me falta”…).

Cuando esto sucede, cuando incorporamos al otro a nuestro mundo interior y como agente estabilizador, la ruptura resulta especialmente traumática. Tanto si nos lanzamos a buscar una pareja amorosa tras otra, como si quedamos emocionalmente retraídos durante largo tiempo, ambas modalidades parecen tener que ver con la misma dificultad para llevar a cabo un desarrollo personal: “alguien que me complemente, que me equilibre, que me complete, que me admire, que me brinde la estima de la que a veces carezco”.

Cuando la pareja es la encargada de cubrir estas necesidades, la sensibilidad, la ansiedad y los celos acaban provocando la pérdida. Este tipo de separaciones traumáticas suelen general tensión, aversión e, incluso, odio porque sentimos que el otro nos ha engañado, porque no ha actuado conforme a la idea que de él teníamos. Y, nuevamente, este paso del amor romántico al desprecio rencoroso resulta desconcertante y muy lesivo para los niños.

www.mamasybebes.com.ar

2 opinaron:

Familia Monoparental dijo...

Gracias por este blog, soy mamá soltera de 34 años con un niño de 6, y repitiendo relaciones erradas pero con la firme voluntad de no continuar en el error, he decidido ir a terapia para hallar esa "llave" que me permita salir a tiempo de relaciones que terminan enfermándome, de lo cual soy conciente pero me resulta muy dificil poder terminarlas.....me siento falsa conmigo misma, pues hablo de autoestima y saber valorarse, pero no la aplico en mi propia vida, ....estos conceptos los aplico en mi pareja, siempre resalto sus lados positivos, opacando y dejando de ver sus errores, su falta de trato...termino olvidandome de mí, de lo que valgo.

Familia Monoparental dijo...

Gracias por este blog, soy mamá soltera de 34 años con un niño de 6, y repitiendo relaciones erradas pero con la firme voluntad de no continuar en el error, he decidido ir a terapia para hallar esa "llave" que me permita salir a tiempo de relaciones que terminan enfermándome, de lo cual soy conciente pero me resulta muy dificil poder terminarlas.....me siento falsa conmigo misma, pues hablo de autoestima y saber valorarse, pero no la aplico en mi propia vida, ....estos conceptos los aplico en mi pareja, siempre resalto sus lados positivos, opacando y dejando de ver sus errores, su falta de trato...termino olvidandome de mí, de lo que valgo.